No os lo vais a creer,
pero yo nací, crecí y trabajé en un mundo que ya no existe, sin teléfonos
móviles ni Internet. ¿Cómo conseguimos sobrevivir? Pues la verdad es que, hasta
donde yo logro recordar, la vida en aquellos perdidos tiempos no era tan mala
como los nativos digitales podríais pensar.
Nuestro ordenador no
era la borgiana Biblioteca de Babel (¿ordenador? ¿Qué ordenador?). No teníamos
a un golpe de click todos los museos del mundo. Tenía que ir físicamente a
Figueres para ver mi cuadro favorito desde Madrid, y varias veces hice ese
viaje. En cuanto a los trabajos escolares, no contábamos con ninguna Wiki que
hiciera por nosotros la mitad del trabajo (la mitad, dice. ¡Jajaja!). Reunir la
bibliografía necesaria ya era un esfuerzo enorme (y un gran gasto). Y lo de
ligar… Bueno, de ligar ya ni os cuento. Sin Tinder ni nada. Teníamos que (no
quiero ni decirlo)…Teníamos que bailar.
Esos eran sólo una parte
de los problemas que padecíamos los nativos analógicos por aquel entonces. Pero
visitábamos museos, hacíamos unos trabajos bastante respetables y, lo creáis o
no, de cuando en cuando, hasta ligábamos.
No me malinterpretéis,
por favor. No es nostalgia lo que quiero transmitiros. Estos son tiempos
estupendos. Me alegro mucho de formar parte de ellos de forma activa. No soy
“nativa digital”, pero casi puede decirse que soy “bilingüe”. Humildemente considero que me he adaptado
bastante bien y, además, con gusto.
Pero, en muchas
empresas empieza a instalarse una
especie de dicotomía que me resulta preocupante. Analógicos contra digitales, así,
en dos bandos opuestos, uno frente a otro, como si fuera un partido de fútbol. Pero
no lo es. Cualquier organización que luche contra sí misma está condenada. No
se trata de bandos, sino de destrezas, habilidades y especializaciones diferentes
y, en todos los casos, necesarios.
Así, mis queridos
amigos nativos digitales, necesitamos vuestros profundos conocimientos sobre
los misteriosos intríngulis de la red; vuestra santa impaciencia, debida a la
inmediatez con la que habéis aprendido a recibir la información, y vuestro
carácter combativo, fruto de vuestra propia vida, participativa e
interconectada.
Pero también
necesitamos el talento analógico. La comprensión global de los modelos de
negocio, la capacidad de gestionar procesos complejos y multidisciplinares, unido
a la paciencia para desarrollar tareas de largo aliento que definirán la
posición de la compañía en un futuro más allá del mes que viene, son valiosas
aportaciones que, por lo general, proceden de la buena y experimentada gente
analógica.
Por otro lado, el
liderazgo también ha cambiado. Ya no vale ejercer sólo una posición de
autoridad.
No seremos buenos
líderes si no somos capaces de identificar los valores que queremos mantener y
preservar, y descartar aquellos que son prescindibles. Esto es algo que solo
podrán (podremos) hacer los “bilingües”, sean nativos digitales o analógicos,
pero con talentos procedentes de ambos mundos. Se trata de un proceso
conservador y progresista a la vez: tenemos que conservar aquello que funciona
y debemos ser capaces de encontrar aquello que nos permitirá sobrevivir en el
futuro. O perecer.
Liderar equivale a
conversar. Hoy, más que nunca, necesitamos participar activamente en las
conversaciones que mantienen nuestros clientes, nuestros proveedores y nuestros
propios compañeros. A través de esas conversaciones podremos entender cómo nos
afectan los cambios a nivel personal, y a nuestras empresas, saber qué hay que
hacer y dejar de hacer, qué nuevos productos y servicios demandan nuestros
clientes, y qué tipo de empresas debemos diseñar para atraer y retener el nuevo
talento digital.
Como directivos
debemos cambiar nuestros modelos mentales para hacer frente a los nuevos
cambios y renunciar a lo que hasta ahora nos ha servido para convertirnos en
líderes.
Es una tarea
complicada, pero los que procedéis del mundo digital de forma nativa también
deberéis asumir valores, conocimientos y destrezas propios del mundo analógico.
Aunque esto no debe preocuparos. Os voy a contar un secreto: bailar mola.